martes, 15 de enero de 2013

«El encuentro» (Historia de dos. Cap. III)


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Mantuve su mirada como pude. No fue tarea fácil. Sus grandes ojos negros me penetraban inquisidores. Las palabras se atropellaban en mi mente, pero chocaban contra mis cerrados labios. Había llegado el momento que estaba deseando y no sabía qué contestar.

―Te buscaba ―Aquellas palabras me sorprendieron a mi mismo. ¡No era lo que quería decir! Un calor intenso subió por mi cara y noté como, de repente, mis ojos se abrían como platos y todo mi cuerpo se puso de un rojo intenso. Patricia también se sorprendió.

―¡Vaya! No te andas con rodeos.

―En realidad no era eso lo que yo quería...―ella riéndose me interrumpió.

―No seas cobarde ―afirmó mientras posaba su mano en mi brazo izquierdo―, es lo que has dicho así que ahora me lo vas a explicar.
Con su natural descaro y seguridad habitual, se giró hacia los vecinos de barra. Tras intercambiar con ellos unos breves comentarios y alguna risotada, logró que el que estaba a mi lado se levantará para dejarle el taburete libre. Una vez hecha dueña de él, llamó al camarero por su nombre y le solicitó una caña de cerveza.

―¿Quieres una? ―me dijo a la vez que volvía su cuerpo hacia mi. Bastó un breve movimiento de mi ojos para que ella volviera a tomar la iniciativa― ¡Que sean dos! ―El camarero, que ya estaba de espaldas tirando la primera agarró otra copa sin contestarle. 

Nuevamente me miró directa a los ojos―. Pues aquí estoy.

Por un momento no entendí lo que quería decirme. Mi cara debió de reflejar esa incertidumbre ya que, acto seguido, Patricia explicó su comentario sin yo tener que abrir la boca.

―¿No decías que me buscabas? Pues aquí estoy.

―¡Ah!, que no te había entendido ―contesté con risita nerviosa. Noté como ella esperaba que yo siguiera hablando así que me armé de valor y continué―. Pues nada que pasé por la puerta y me acordé de que el otro día en la cena dijiste que solías venir a este bar muy a menudo ―el camarero colocó los posavasos, las cañas y un cuenquito con manises entre nosotros mientras atendía a lo que yo estaba diciendo. Lo miré inquisidor pero él, lejos de entender que quería que nos dejase en paz participó en mi charla.

―Pero eso ya hace tiempo ¿verdad? Lleva algo más de un mes viniendo casi todos los días ―dicho lo cual se marchó.

―¡¿Ah, sí?! ―dio Patricia mientras sonreía y dejaba de prestar atención a su amigo.

Quería morirme. Aquel entrometido había tirado por los suelos mi coartada para estar allí. Otra vez me había puesto colorado y desde luego ella se había dado cuenta.

―Me parece que la tarde promete ―afirmó mientras acodó su brazo derecho en la barra.

Yo, tragando saliva, intenté justificarme.

―La verdad es que desde la cena me he acordado mucho de ti y solo quería volver a coincidir contigo...

Volvió a interrumpirme Esta vez colocó su dedo índice izquierdo sobre mi boca para callarme. Con la mano derecha levantó su copa y propuso un brindis.

―¡Por el encuentro!

5 comentarios:

  1. Vaya un mes, si que es persistente el chico, sin embargo, no fue suficiente para prepararse... Cuñi

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  2. la magia del corazón por encima de la razón

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  3. Me parece que le ha llegado el momento de que se abra de par en par y le cuente, con todo lujo de detalles, lo que realmente siente, quiere o lo gustaría, el "¡¡¡NO!!!" ya lo lleva, pero... ¡vale más un por si acaso que un quién lo hubiera sabido!... ¿para cuándo el desenlace?

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  4. BIENNNNNNNN, esto se anima.

    CArmen

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  5. CUÑI: Quizás miedo escénico.

    ANÓNIMO: Pase lo que pase.

    JOSÉ GERARDO: Ummmm, esto va por fascículos. Ya veremos. jajaja.

    CARMEN: Eso parece...

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