lunes, 8 de octubre de 2012

«Enamorada»


Aquella era la última noche del curso de verano al que habíamos acudido y estábamos celebrando la fiesta de despedida. Se había formado un buen grupo. Chicos y chicas de distintos lugares que habíamos congeniado. Lourdes era una de ellas.

Era una chica de grandes ojos verdes y muy simpática. Habíamos simpatizado y pasábamos largos ratos juntos. Hablábamos de nuestros planes futuros, del trabajo de fin de carrera, de su novio...

Semiacostados en aquel sofá, mientras los demás bailaban, cogidos de la mano, comencé a bromear sobre cómo me excitaba ver el piercing que llevaba en el ombligo. Ella, desafiante, se levantó la camisa para dejármelo tocar.

―Ahora mismo te comería a besos ―le dije mientras acariciaba el adorno con la yema de mis dedos.

Ella no pudo sostener mi mirada pícara. Bajó la cabeza y, colocándose bien la camisa, se levantó. Mostrando una ligera sonrisa en los labios, me tendió su mano.

―Acompáñame.

Nadie nos vio salir. La puerta del salón daba a un pasillo de la residencia. Llegamos a las escaleras. Sin mediar ni una sola palabra subimos hasta el primer rellano. La atraje hacia mi y la besé. Ella respondió ardiente.

Las risas de los compañeros nos coartaba. En silencio subimos un piso a la búsqueda de un lugar alejado del tumulto y de miradas indiscretas. Ninguna de las aulas estaba abierta así que nos arrinconamos en el espacio situado entre dos puertas de acceso.

Volvimos a besarnos con desenfreno. Mis manos abarcaban su cara. Ella se aferraba a mi cintura atrayéndome hacia su cuerpo. La humedad de nuestras bocas se mezclaban con suaves jadeos.
Mis manos viajaron por su cuerpo a la búsqueda de sus pequeños pechos. Con destreza, desabroché, uno a uno, los botones de la camisa. El muro que suponía su sujetador no fue obstáculo para liberar sus pezones. Estaban tiesos. Mis labios se amoldaban a su forma mientras mi lengua jugueteaba con ellos.
Lourdes arqueaba la espalda. Gemía mientras manoseaba mi cuerpo. Estábamos muy excitados.

Unas voces rompieron el momento. Un grupo de personas caminaban hacia nuestra dirección. Nos quedamos inmóviles pegados a la pared. Las luces permanecían apagadas por lo que pudimos pasar desapercibidos.

―No podemos seguir ―me susurró al oído mientras se abrochaba― Sería un error que siempre lamentaré.

Sus manos cálidas y temblorosas me acariciaron las mejillas. Continuó hablando:

―Me has hecho sentir muy feliz, pero estoy enamorada de Carlos.

Aún excitada sus labios me propiciaron un potente beso que lejos estaba de ser el que se le da a un amigo. Fue su adiós, para siempre.

2 comentarios:

  1. Uff casi, por los pelos, pero si Carlos se entera le hubiera dado lo mismo terminar!!! Cuñi

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  2. Ñossssssssss... esto sí que es un cambio de ritmo.

    CArmen

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