Un apuesto joven, al que besó en los labios con dulzura hace algún tiempo, hizo su aparición en el salón del trono. Vestía uniforme rojo, con ancha banda blanca cruzada sobre su pecho de la que colgaba un enorme sable. Se dirigió con paso firme, guiado por sus negras y altas botas negras, hasta su majestad para, al llegar a la altura de los guardias, reverenciar su cuerpo en señal de saludo y respeto.
─La hora ha llegado majestad. El populacho os espera.
La ahora reina se incorporó de su cómoda posadera, para iniciar la marcha hasta el balcón. Agarrada de su brazo oía los gritos. La muchedumbre hervía de pasión. Antes de traspasar la línea lo miró y le solicitó otro beso. Él, con reparo y estupor, se negó. Era el momento de regir los destinos del pueblo. Su corazón, había quedado en segundo plano.
:-D
ResponderEliminarpero... ¡qué antipático!,si sólo era un besito. A lo mejor es que no se había lavado los dientes...jejeje.
ResponderEliminarMyriam
... eso es pasados los años, hoy comprobaremos qué tal el beso de los recién casados! Cuñi
ResponderEliminarJ: Ok
ResponderEliminarMYRIAM: JAJAJA
CUÑI: No sé yo, no sé yo...