A
ver si consigue así que papá no haga más el indio. Ese era el
claro deseo que tenía Irene al ver a su padre con aquella camisa de
fuerza puesta, o al menos, eso era lo que le habían dicho para
justificar la acción.
La
muchacha, con lágrimas de tristeza ocupando sus ojos, observaba la
marcha de su padre tras el ventanal. El hombre se resistía, gritaba.
Dos sujetos vestidos de blanco le había colocado aquella camisa de
fuerza, pero él seguía empujando y dando patadas como podía, hasta
que lo encerraron en la ambulancia rumbo al manicomio.
El
confesor de la familia, un viejo párroco de la antigua escuela con
sotana y alzacuellos, consolaba a la niña:
―Tranquila
querida. Todo se arreglará.
―Eso
espero padre ―dubitativa continuó―. Temo que las plumas de papá
no sean de apache y no se cure.
―Sus
tendencias son pecaminosas. Confía en mi.
Triste, realidades... Cuñi
ResponderEliminarLas plumas que no son de apache, si sabe, son las que mejor se llevan, brindo por su libertad...
ResponderEliminar¡Ay esta iglesia arcaica! todo lo que se salga de sus cánones es pecaminoso o diábolico.
ResponderEliminarMenos mal que tenemos a la Santa Madre Ciencia que siempre pretende ir más allá de lo meramente aparente.
Besos de gofio.
Y la niña acabó montando un psiquiátrico moderno en el que sólo se admitían curas con tendencias pecaminosas.
ResponderEliminarMuy bueno.
Saludos