Mantuve su mirada como pude. No
fue tarea fácil. Sus grandes ojos negros me penetraban inquisidores.
Las palabras se atropellaban en mi mente, pero chocaban contra mis
cerrados labios. Había llegado el momento que estaba deseando y no
sabía qué contestar.
―Te
buscaba ―Aquellas palabras me sorprendieron a mi mismo. ¡No era lo
que quería decir! Un calor intenso subió por mi cara y noté como,
de repente, mis ojos se abrían como platos y todo mi cuerpo se puso
de un rojo intenso. Patricia también se sorprendió.
―¡Vaya!
No te andas con rodeos.
―En
realidad no era eso lo que yo quería...―ella riéndose me
interrumpió.
―No
seas cobarde ―afirmó mientras posaba su mano en mi brazo
izquierdo―, es lo que has dicho así que ahora me lo vas a
explicar.
Con
su natural descaro y seguridad habitual, se giró hacia los vecinos
de barra. Tras intercambiar con ellos unos breves comentarios y
alguna risotada, logró que el que estaba a mi lado se levantará
para dejarle el taburete libre. Una vez hecha dueña de él, llamó
al camarero por su nombre y le solicitó una caña de cerveza.
―¿Quieres
una? ―me dijo a la vez que volvía su cuerpo hacia mi. Bastó un
breve movimiento de mi ojos para que ella volviera a tomar la
iniciativa― ¡Que sean dos! ―El camarero, que ya estaba de
espaldas tirando la primera agarró otra copa sin contestarle.
Nuevamente me miró directa a los ojos―. Pues aquí estoy.
Por
un momento no entendí lo que quería decirme. Mi cara debió de
reflejar esa incertidumbre ya que, acto seguido, Patricia explicó su
comentario sin yo tener que abrir la boca.
―¿No
decías que me buscabas? Pues aquí estoy.
―¡Ah!,
que no te había entendido ―contesté con risita nerviosa. Noté
como ella esperaba que yo siguiera hablando así que me armé de
valor y continué―. Pues nada que pasé por la puerta y me acordé
de que el otro día en la cena dijiste que solías venir a este bar
muy a menudo ―el camarero colocó los posavasos, las cañas y un
cuenquito con manises entre nosotros mientras atendía a lo que yo
estaba diciendo. Lo miré inquisidor pero él, lejos de entender que
quería que nos dejase en paz participó en mi charla.
―Pero
eso ya hace tiempo ¿verdad? Lleva algo más de un mes viniendo casi
todos los días ―dicho lo cual se marchó.
―¡¿Ah,
sí?! ―dio Patricia mientras sonreía y dejaba de prestar atención
a su amigo.
Quería
morirme. Aquel entrometido había tirado por los suelos mi coartada
para estar allí. Otra vez me había puesto colorado y desde luego
ella se había dado cuenta.
―Me
parece que la tarde promete ―afirmó mientras acodó su brazo
derecho en la barra.
Yo,
tragando saliva, intenté justificarme.
―La
verdad es que desde la cena me he acordado mucho de ti y solo quería
volver a coincidir contigo...
Volvió
a interrumpirme Esta vez colocó su dedo índice izquierdo sobre mi
boca para callarme. Con la mano derecha levantó su copa y propuso un
brindis.
―¡Por
el encuentro!
Vaya un mes, si que es persistente el chico, sin embargo, no fue suficiente para prepararse... Cuñi
ResponderEliminarla magia del corazón por encima de la razón
ResponderEliminarMe parece que le ha llegado el momento de que se abra de par en par y le cuente, con todo lujo de detalles, lo que realmente siente, quiere o lo gustaría, el "¡¡¡NO!!!" ya lo lleva, pero... ¡vale más un por si acaso que un quién lo hubiera sabido!... ¿para cuándo el desenlace?
ResponderEliminarBIENNNNNNNN, esto se anima.
ResponderEliminarCArmen
CUÑI: Quizás miedo escénico.
ResponderEliminarANÓNIMO: Pase lo que pase.
JOSÉ GERARDO: Ummmm, esto va por fascículos. Ya veremos. jajaja.
CARMEN: Eso parece...