―¿Qué
hace Lucas ahí fuera arañando la ventana?
―Pide
entrar ―afirmó María muy tranquila mientras continuaba fregando
la loza sin apenas levantar la vista.
―¡Pero
mujer!
El
comentario de la mujer mayor hizo que ella comenzara a desmoronarse.
Por un segundo levantó la vista para mirarlo. Luego lo ignoró. Giró
su cuerpo y habló con ella.
―No
mamá, no lo defiendas. Estoy harta ―Las lágrimas comenzaron a
derramarse por su rostro, como lo hace la gota de rocío tras
acumularse sobre las hojas. Se secó las manos en el paño de cocina,
que tenía colgado a la cintura, y fue a sentarse junto a su suegra
que la miraba con ojos desencajados.
―¿Ana?
―suplicó sosegada la mujer― ¿Qué ha hecho esta vez?
―Lo
de siempre, mamá, lo de siempre.
―Pero
déjalo entrar. Habla con él. Fuera estamos a menos cinco grados y
solo lleva el pijama. Me da pena. ¡Es tu marido!
Sin acritud, ¿verdad?
ResponderEliminarNada nada, que aprenda para que la próxima vez se lo piense mejor!! Cuñi.
ResponderEliminarSi es lo de siempre no es la primera vez por tanto habrán habido avisos y como el que avisa no es traidor, ¡que apechuge!. Me gusta como has descrito ese comienzo de llanto.
ResponderEliminarBesos de gofio.
JOSÉ GERARDO:Por supuesto.
ResponderEliminarCUÑI: Como eres.
GLORIA: ¡El pobre!
Yo estoy de acuerdo con la cuño. ¡¡¡Pá que aprenda!!!!
ResponderEliminarCArmen