¡Déjala
a ella que sea pájaro! Así de contundente fue el grito que le dio
su madre para hacerle entender que debía dejar marchar a aquella
mujer.
Hacía veinte años de aquello y aún hoy, cuando lo recuerda,
le duele el pecho.
Hoy
todos los recuerdos se apelotonan en su mente, en su corazón, al
tropezársela en la calle.
En un rotundo y penetrante flash él
recordó, no solo las palabras de su madre, sino como aquella tarde,
al llegar de trabajar, se la encontró guardando un bolso en el
maletero del coche. Se marchaba. Lo abandonaba porque, según ella,
era un desgraciado que nunca llegaría a nada. Ella necesitaba más.
Hoy,
al cruzarse sus ojos por casualidad, y tras reconocerse, intercambian
una triste mirada. Él pasea orgulloso a sus hijos. Se alegra de su
vida. Ella cumplió el pronóstico de su madre, vuela como una
pájaro. Alquila su cuerpo.
Duro, pero cierto. El tiempo pone a la gente en su sitio.
ResponderEliminarCArmen
Esos aires de grandeza casi nunca llegan a buen puerto y lo curioso es que esas personas se empeñan en culpar a los demás de su destino cuando siempre, siempre, es uno quien tiene que trabajarselo.
ResponderEliminarcomo siempre un placer leerte.
Besos de gofio.
Un cuento precioso. Gracias.
ResponderEliminarCARMEN: Los cuentos también son duros.
ResponderEliminarGLORIA: Para eso está el destino.
JANE JUBILADA: A tí por leerlo.
La vida da muchas vueltas, y nunca se sabe cómo se puede acabar. Cuñi
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