La puerta de la consulta, identificada como la número ocho, se abrió
de par en par. Una señora, de unos sesenta años, salió
descontrolada a la sala de espera chillando.
―¡Un médico!, ¡un médico!
Todos los que estábamos
esperando nuestra cita con el anestesista nos miramos asombrados y la
mirábamos a ella desencajados. La señora de los ojos saltones fue
la primera en reaccionar. Se levantó y acudió en auxilio de la
primera, a la misma puerta de la consulta.
―¿Qué ocurre? ―dijo
mientras miraba hacia el interior.
La otra señora no contestó, ya
estaba sobre el mostrador de la auxiliar exigiéndole que llamara a
otro médico. La pobre chica, enfundada en su traje de pantalón y
chaqueta, no podía respirar, quizás por el pañuelo del cuello, que
llevaba demasiado ajustado, o por falta de agilidad mental. ¿Algo
había ocurrido pero ella no sabía como actuar.
―¡Llame a un médico! ―Le
ordenó la señora―. El doctor... ―y volvió corriendo al
interior de la consulta.
Todos nos levantamos para
dirigirnos a ver qué ocurría tras el umbral de la número ocho. Yo
observé como la joven levantaba el auricular y habló con alguien.
Al instante, el médico de la consulta siete, acudió despavorido.
Nos ordenó retirarnos y entró en auxilio de su compañero.
Instantes después cuatro médicos más. Los galenos se habían
amotinado. Uno de ellos acudió al mostrador y habló por teléfono.
El interior del despacho era un hervidero de batas blancas que no nos
dejaban ver.
Minutos después un celador
acudía, cual Fernando Alonso, por el pasillo acelerando la silla de
ruedas de la que tiraba con entusiasmo. Entre todos acomodaron a mi
doctor en ella y lo sacaron orgullosos por el rescate.
―Cólico nefrítico ―sentenció
la avispadilla de las gafas fuccias, que después me enteré que era
dermatóloga.
― Pueden sentarse ―ordenó
el barbas― Todo está solucionado. El doctor está indispuesto.
Mientras volvíamos a nuestros
sitios, un amable señor de corbata, tras reunirse con la
administrativa en pettit
comité, nos explicó
que el doctor no podría atendernos y que por lo tanto nos iban a
recolocar en el horario de tarde.
―...Disculpen las molestías...
―bla, bla, bla―, como han visto los médicos también se ponen
enfermos ―bla, bla, bla― pero aquí estamos para servirles...
Y es que hay veces que los
cuentos me persiguen.
Jo pixhita, ¡qué ritmo llevas! te me vas a descuajeringar... menos mal que no eras tú el colicado, que igual te hacen ir a pata o pedir hora pal mes que viene... nada, nada, valor...
ResponderEliminarJajajajaj lo dicho, "lo que no te pase a tí...", solo le pasa a tu médico jajajaja
ResponderEliminarCArmen
Jajaja, y te quedaste en la consulta??? Yo me hubiera ido con cualquier excusa!! Cuñi.
ResponderEliminarJOSE GERARDO: Valor no falta, pero...
ResponderEliminarCARMEN: o a las que me leen y dan la lata jajaja
CUÑI: oh! y si me voy como me entero del follón???