Se
entrenaban para estar muertos. Les gustaba pensar que eran una
fuerza de élite. Sus uniformes, sus cascos, sus armas..., su
actitud, así les señalaban. Cada tarde salían a correr.
En su
campo de adiestramiento se arrastraban por los pegajosos fangos,
saltaban vallas y muros, escalaban por cuerdas colgantes que no
llegaban a ningún sitio. Todo para estar en forma hasta la llegada
del día en el que les fuera encargada alguna misión especial.
Mientras
sufrían se les oía cantar. A escondidas lloraban. Solo una pena les
desilusionaba, seguían jugando a una guerra que nunca lucharían,
por lo que, al llegar a casa, un Cola-Cao caliente siempre les
reconfortaba.
Ya se sabe, ¡donde esté un buen chocolate...!, nada, mucho hombre y poca casta...
ResponderEliminarSi es que lo que no cure el cola cola cao!!!
ResponderEliminarEs imaginación infantil que nunca nos abandone, aunque el cola cao lo susttituyas por un danacol jajaja.
ResponderEliminarSaludos.
JOSÉ GERARDO: Es lo que hay, ya no los fabrican como antes.
ResponderEliminarANÓNIMO: Cierto, ni siquiera un buen ron.
GLORIA: Con la edad, claro jajaja