Mañana celebramos el Día de Canarias. Habrán romerías, programas
especiales en la tele, ferias, actos solemnes..., o simplemente mucha
gente de escapada a la playa, que los días están para eso.
En la mayoría de los colegios, la celebración ha sido hoy. Créanme
cuando les digo que prefiero una semana normal de clase que un día
de éstos.
Para empezar, según suena el timbre de entrada, las felices caras
de mis educandos rebozan energía y nervios. Hacen cosas que no se
les había ocurrido hasta ahora: subirse en las mesas, correr por la
clase... La vena se me hincha y permito que el sargento de caballería
de mi interior haga su aparición para así recuperar las riendas.
La primera tarea consiste en colocar la ingente cantidad de comida
en una mesa preparada y adornada al efecto. Aún no puedo abrir las
bolsas y enseñarles las delicatessen que han traído. Ya es
suficiente con el olor, que hace que empiecen a salivar, cual perro
de Paulov, para comenzar a escuchar la típica y repetitiva
preguntita de ¿Cuándo comemos?
Sentados en la asamblea reparo en que la mayoría de los niños
aparecen «disfrazados»
para la ocasión: pantalón vaquero, tenis, camisa blanca algo
desgarbada, sombrero comprado en el chino y de la talla del padre...
En cambio, las niñas van más arregladas y vestidas de manera
adecuada con trajes de vivos colores y atuendos made in china,
incluidos collares de perlas y diamantes.
Tras hablar del porqué de esta
celebración, los trajes típicos, recalcar que no es un disfraz y
responder varias veces a ¿cuándo comemos?, realizamos la
presentación de las actividades preparadas para el día de hoy.
Manuel lo tiene claro. No se ha
enterado de nada. Se levanta y va a la mesa de la comida:
―¡Maestroooo!―grita
muy convencido―, lo
más importante de hoy es comer.
Por su cuenta y riesgo, comienza
abrir un tupper con
croquetas, que además no es de él, con el consiguiente enfado de
Paula, su legítima dueña, que no le ha dado permiso.
Esta vez el suboficial al mando
deja paso al Ser Poseído. La vena no se me hincha, se engrosa, de
tal manera que se transforma en canal de energía. Creo que el grito
hizo callar hasta los de la clase del piso de arriba.
Recuperada la compostura, nos
dirigimos a ver la exposición que, sobre las actividades pesqueras
de los Guanches, tenemos instalada en el cole. Las preguntas y el
interés se despierta.
―¿Verdad
profe que los Guanches pescaban para comer?
―Sí,
claro, era una de las... ―soy interrumpido.
―Y
nosotros ¿Cuándo comemos?
¡Aghhhhhhh!
Pronto me dará algo. Los distintos dibujos, la realización de
pintaderas, los gánigos... todo lo que habíamos programado toma un
segundo plano. Lo pasan bien, se les ve entretenidos, pero cada vez
que se levantan para ir al baño, beber agua... hay que ladrarles
para evitar la salivación sobre la comida. Menos mal que el Teacher
viene en mi auxilio y me libera un rato.
―¿Qué
tal todo? ―saluda con su agradable sonrisa―, ¿cuándo comemos?
¿Lo
mato? ―la mirada lo atraviesa―. No, debo contenerme, que además
después habrá que sustituirlo.
Una
hora antes de lo provisto, ya no los aguantamos más. Abrimos las
bolsas, montamos los platos y que sea que tenga que ser.
Parecía
que JAMÁS, hubieran visto tanta comida junta. No se habían
terminado de meter un trozo de tortilla en la boca, cuando ya estaban
masticando una magdalena y pidiendo más refresco, con un vaso lleno
de tropezones.
Evidentemente
de las croquetas no se supo nada más. Fue cosa de brujería,
desaparecieron en un abracadabra.
Cuando
di la cosa por terminada me di cuenta de que el dicho ese de que la
música amansa a las fieras, es del todo ¡mentira!, es la comida.
Inflados y eructando, salimos al patio. Era el momento de correr y yo
de despejarme bajo aquel calor asfixiante al son de: ¡maestro se me
soltó el lazo! ¡maestro se me cayó el fajín!, ¡maestro se
me...!, ¡basta! Me voy. Menos mal que no me toca hacer el recreo y
puedo irme a tomar un café a la sala de profesores.
Alargamos
todo lo que pudimos el patio. Su música, sus juegos, sus bailes...,
sus preguntas nos mantuvieron entretenidos.
Al
hacer la fila para irnos a la clase, y como no podía ser de otra
manera, ya tenían hambre otra vez. Mis niños, que pena me dan. Lo
poco que había quedado sobre la mesa, fue deglutido por una especie
de marabunta. Al llegar sus madres la gran preocupación era si nos
lo habíamos pasado bien y si habían comido o no. Coloqué mi falsa
sonrisa y―recordando a Manuel― respondí:
―Claro
mujer, ¿acaso hay otra cosa más importante hoy?
Al
llegar a casa no pude almorzar. Me tiré en el sillón y me alegré
al pensar de que es la última fiesta del curso. ¡Cielos!, ¡noooo!
¡todavía nos queda la del agua!, al menos esa es sin comida. Pero
esa será otra historia.
Je que bueno!! Piensa que los tuyos hacían lo mismo a otros profes y que también lo habrán disfrutado!! Cuñi.
ResponderEliminarPor estos lares, más de lo mismo, la única diferencia es que yo los tengo a todos, menos mal que el tema "papeo" se quedó para los niños de comedor... luego los maestros hicimos lo propio, hubo hasta música..., alguien te echó de menos. En cuanto al agua, el 22 a la playa, como es costumbre que conoces... ¡feliz día de hollys!
ResponderEliminarPooobre, yo siempre lo he dicho. No sé cómo aguantas...
ResponderEliminarJAJAJA qué razón tienes, yo me pasé el día casi igual que tú, pero los míos se pelearon, literalmente, por el último pedazo de tortilla que quedaba. Ufffff, también prefiero una semana normal de clase.
ResponderEliminarUn saludo.
CArmen
Buenísimo....Guille...me he reído porque me veía reflejada en lo que cuentas...juntale a los padres en la ultima hora y comiendooooooooo.....jajaja...yo también llegue a casa y no pude ni almorzar
ResponderEliminarCande
CUÑI: Eso me temo.
ResponderEliminarJOSÉ GERARDO: Yo también les echo de menos.
DRA.JOMEINI: Con gominolas a base de trankimazim que voy a empezar a dejar de tomar y dárselas a ellos jajajaja
CARMEN: es que la toril de la abuelaaaaaa, está que mata.
CANDE: En muchas ocasiones, sin duda, lo peor, los padres... y las madres.