Con cierta frecuencia he leído a los asiduos a este blog comentar
aquello de: «Es que lo
que no te pase a ti, no le pasa a nadie».
En esta ocasión dicha expresión es del todo cierta.
Hace
unos días, asumí el compromiso de acudir a un colegio para reunirme
con los chicos y chicas de sexto de Educación Primaria que se habían
leído uno de mis libros. La idea es muy positiva ya que, tras la
lectura y el trabajo realizado con el mismo, preparan una entrevista
y tenemos un encuentro en el que intento resolver sus dudas, aprender
de lo que más y menos les ha gustado del libro... Ya lo he hecho
otras veces y resulta muy gratificante para todos.
Pues
bien, tal y como habíamos quedado, me presento en el centro a las
doce y treinta de la mañana. Muy amablemente me atiende la auxiliar
administrativa que me invita a tomar un café y me da un poco de
charla en lo que esperamos a la directora. Como al parecer estaba
ocupada, resolviendo un problema con una familia, mi acompañante,
que era más bien parca en palabras y corta de conversación, me
sitúa en la biblioteca del recinto escolar. El lugar estaba
perfectamente decorado, ordenado y limpio. Allí quedo, a la espera
del alumnado.
Como
me puse a ojear el tiempo iba pasando y oigo el timbre característico
del cambio de clase. Vuelvo en mi. Repaso mis notas mentales, y ocupo
una silla colocada sobre una pequeña tarima. Los minutos siguen
pasando y aquí no viene nadie. Me asomo por la rendija de la puerta,
cual vecina entrometida, y como oigo voces recupero raudo mi
posición. ¡Ya vienen! Pero nada, sigo solo, allí no entra nadie.
Mosqueado, que ya uno no está para tonterías, decido salir y
hacerme notar. Nadie por aquí, nadie por allá. Me voy a secretaría.
―Mire,
perdone ―me dirijo a la eficaz funcionaria―, es que llevo un rato
esperando y no viene nadie.
―Sí,
ya le dije que la directora estaba ocupada. Tardará un ratillo.
―Ya,
pero es que yo vengo al encuentro con los de sexto. Soy el autor del
libro.
―Ya,
pero como los de sexto están de viaje, pensé que quería ver a la
directora.
¡Ups!,
se me acaba de caer todo al suelo. La tía me mira sonriente y se
queda tan tranquila. No supe que decir. En ese justo momento sale la
directora, conocida mía. Me mira con asombro y se echa a reír.
―¡Me
vas a matar! ―me dice mientras me planta dos besos con labios de
Judas― Me olvidé llamarte ―vuelve a sonreírme.
La
cara me llegó al suelo. Me recompuse como pude y tras escuchar las
ristra de disculpas, promesas, alabanzas y demás excusas. Me marché.
Superado
el chasco, solo queda reírme, pero esta vez de mi sombra, que para
eso uno es como es.
Uff, porque era amiga que si no...!!! Bueno gajes del oficio digo yo!! Cuñi
ResponderEliminarpues eso, lo dicho, lo que no te pase a ti....
ResponderEliminarCArmen
:-0!!!!
ResponderEliminarEstá visto, pones un circo y te lloran los payasos... ¡Ah!, gracias por tu comentario en el último post, ¡yo también te adoro!
ResponderEliminar¡Un achuchón!
CUÑI: Más bien por los pelos.
ResponderEliminarCARMEN: jajaja.
J: UMMMMM, JAJAJAJA
JOSÉ GERARDO: y se me mean los elefantes. Gracias a tí amigo.