jueves, 24 de noviembre de 2016

«El hijo de la pescadera»


El café de las 7:30 de la mañana suele ser distendido y de muy buen rollo entre las risas de unos y otros. Hoy que me he adelantado un poco empiezo a saborear mi cortado algo perplejo. Como ya te he contado en alguna ocasión, este bar, o mejor dicho su terraza, suele ser un buen observatorio desde el que detecto algunas situaciones y muchas personas y personajes, cuando menos curiosos.

En esta soledad y reflexión en la que ando inmerso, acabo de darme cuenta de que, desde que empezó este curso escolar, no he visto al hijo de la pescadera. 

Déjame que te cuente.

Durante el curso pasado en muchas ocasiones observé los andares de una señora, toda uniformada de blanco, con botas de agua y delantal plástico, la pescadera, que todas las mañanas, justo a la hora de este café, pasaba por detrás de nosotros, apenas sin hacer ruido, como un espíritu que solo puede ser visto por unos pocos. 

Durante variados días la seguí, hasta dónde podía, con mirada inquisidora, ya que, su presencia me había llamado la atención, por su comportamiento rutinario y puntual. No descubrí su destino, pero sí me percataba, de que en todas las ocasiones volvía a pasar acompañada de un somnoliento chico.

Un día como hoy, en el que también llegué temprano al Café, pase por delante de un coche y, para mi asombro, descubrí durmiendo a aquel chico, con manta y todo, plácidamente en el asiento del copiloto. En ese momento até todos los cabos y mi curiosidad se vio satisfecha.

El chico era el hijo de la pescadera. Ella se incorporaba a su trabajo en el mercado de madrugada, traía al chico en el coche, que se quedaba dentro durmiendo y, a la hora pactada, iba a despertarlo, para que pudiera acudir a sus clases en el instituto.

Como decía hace mucho que no me los he vuelto a tropezar, así que, desde este mirador, y ya con el agradable sabor de este café en la boca, espero que el motivo de esa ausencia, sea que el joven haya conseguido titular y cumplir los sueños que tanto sufrió, y disfrutó, en ese asiento delantero del coche de su madre. Ambos se lo merecen.


Gracias por leerme

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