jueves, 26 de febrero de 2015

«Para dar seguridad»

Extraída y retocada con mi móvil

Parece mentira, pero esto de estar vigilando a los amigos de lo ajeno es realmente una complicación. Tanto es así que hasta tenemos que colocar cadenas y candados a todo lo que nos rodea, con el fin de que los desaprensivos no se lleven nuestras queridas pertenencias.

Un buen ejemplo de ello lo tenemos en Luis —nombre imaginario por aquello de guardar la identidad— que, como todas las mañanas, llega a trabajar, montado en su bici azul.

Por un pequeño problema de espacio debe aparcarla fuera de la oficina, junto a la puerta, y encadenada a una vieja farola. Aprovecha que uno de los conserjes, cuando abre las dependencias, le presta la cadena para que la asegure, pese a que él pasa casi toda la mañana apoyado en la pared del zaguán.

Una tarde, por aquellas cosas del destino Luis salió para realizar una diligencia laboral y claro, se desplazó montado en ella. A su regreso, ya cercana la hora de cerrar se decidió por meterla en el interior del edificio, aprovechando que el «segurita» no estaba, pero oculta en el hueco debajo de la escalera, para evitar el más que seguro reproche del encargado del orden y la seguridad del recinto.

Fue el último en salir del edificio. Se acercó a donde había dejado la bici pero algo llamó su atención. Al girarse hacia la puerta vio que esta estaba formalmente cerrada, con cadena y candado, así que, ¿podrías llamar a un cerrajero, que no se dónde tengo el teléfono y no puedo salir? —¡ups! que vergüenza, acabo de desvelar la identidad de Luis— Gracias por leerme, y ayudarme.

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