jueves, 18 de abril de 2013

«Esas maravillosas comprensiones lectoras»


Una clase de primaria es como un cajón lleno de sorpresas. Metes
Extraída de San Google
la mano y sacas a tres, niños y niñas, alumnos excelentes, diez buenos y trabajadores, cuatro pasables, dos ruinillas, otros tres que están en otra cosa, uno con Necesidades Educativas Especiales (NEE) ―autista― y a Martita. Siempre hay una Martita.
Martita es una niña ―o un niño, en cuyo caso lo llamaría Miguelito― que si la miras al trasluz parece normal, como los demás, o casi. Más de cerca la cosa cambia.
Nueve de la mañana. Clase de lenguaje. Mientras el gran grupo desarrolla, de manera individual y autónoma, un texto a partir de una imagen entregada al azar; los dos runinillas están haciendo una ficha de la letra s, el de NEE está picando unas imágenes que tiene que ordenar... yo encuentro unos minutos para dedicarle a Martita y trabajar algo de comprensión lectora.
―Marta vamos a leer esta frase.
―«Antonio bebe del porrón del Alfredo» ―Lee ella sin dificultad.
―¡Muy bien, Marta!, ¡Muy bien! Ahora la primera pregunta.
―¿Quién bebe del porrón de Antonio? ―¡Perfecto, buena dicción, fabulosa entonación, velocidad adecuada...
La miro. Espero su respuesta. Pasan cinco segundos. Diez.
―¿Marta?
Sus párpados tiemblan. Sus ojos parecen entrar en estado de posesión diabólica. Se quedan en blanco. Como su mente.
―Vuelve a leer la pregunta.
Ella lo hace.
―Marta, ¿Quién bebe?
Ella levanta los ojos. Me mira. Abre la boca y...
―¿Antonio?
―Ummm, no ―le digo con tono cariñoso― Vuelve a leer la pregunta.
Ella lo hace. Vuelve a entrar en estado de hipnosis. Abre lo ojos y dice:
―¿Alberto?
―No Marta, ¿Quién es Alberto? En el texto aparece algún Alberto. La pregunta es: ¿Quién bebe agua?
―Ummm ―Ella duda― Mi tío también bebe agua.
No suelo comerme las uñas, pero ahora entiendo porqué la gente lo hace. Ahora mismo mataría al que hizo este libro.
―Vale Marta, pero eso ahora no importa. Vuelve a leer la pregunta.
Con la misma perfección del principio la repite en voz alta. Le vuelvo a insistir en la cuestión que nos ocupa. Ella me mira y muy convencida me dice:
―Antonio.
Comienzo a notar un temblique en mis piernas. Los ruinillas comienzan a disparatarse. El NEE necesita que le eche una mano, los buenos están haciendo cola para preguntarme unas dudas, los diez buenos empiezan a subir el tono de voz, Marta me mira. Le insisto en que vuelva a leer la pregunta. Vuelve a contestar.
―Un porrón.
―No Marta, no ―ya me tiembla todo el cuerpo― ¿Quién ―exagero el interrogativo― bebe agua?
La clase comienza a destartalarse. Como mi paciencia. Necesito atender a los demás. Mis nervios están a punto de estallar. La niña vuelva a abrir la boca.
―¿Puedo beber agua? ―¡¡¡¡¡Noooo!!!!! Grito para mis adentros. Pero no se me ha notado. Esta es mi escapatoria, y la de ella para que la deje en paz, para reconducir al resto mientras respiro, me relajo y cojo fuerzas para volver a intentarlo con ella― Yo también tengo sed ―continúa diciendo―, como Alfredo.
Quedan cinco preguntas por hacer. El día promete ser largo.

6 comentarios:

  1. Tranqui Guille;te exasperas con mucha facilidad, y eso es signo de convertirte en profe cascarrabias;cuando te pase eso ¿por qué no recuerdas tus pequeñas aventurillas en el colegio de monjas?.Por cierto, tu clientela se mantiene impaciente, a la espera de que dediques el espacio para compartirlas con todos...pillín

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    1. HAY COSAS QUE IGUAL NO CONVIENEN SACAR A LA LUZ JAJAJAAJ

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  2. Ese es el reto que más me gusta, intentarlo una, mil, diez mil... si no lo consigues no pasa nada, pero si se hace real, el flipe, la satisfacción y las ganas de más, son el mejor premio...

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