martes, 27 de noviembre de 2012

«El pobre doctor de consulta ocho»


La puerta de la consulta, identificada como la número ocho, se abrió de par en par. Una señora, de unos sesenta años, salió descontrolada a la sala de espera chillando.

―¡Un médico!, ¡un médico!

Todos los que estábamos esperando nuestra cita con el anestesista nos miramos asombrados y la mirábamos a ella desencajados. La señora de los ojos saltones fue la primera en reaccionar. Se levantó y acudió en auxilio de la primera, a la misma puerta de la consulta.

―¿Qué ocurre? ―dijo mientras miraba hacia el interior.

La otra señora no contestó, ya estaba sobre el mostrador de la auxiliar exigiéndole que llamara a otro médico. La pobre chica, enfundada en su traje de pantalón y chaqueta, no podía respirar, quizás por el pañuelo del cuello, que llevaba demasiado ajustado, o por falta de agilidad mental. ¿Algo había ocurrido pero ella no sabía como actuar.

―¡Llame a un médico! ―Le ordenó la señora―. El doctor... ―y volvió corriendo al interior de la consulta.

Todos nos levantamos para dirigirnos a ver qué ocurría tras el umbral de la número ocho. Yo observé como la joven levantaba el auricular y habló con alguien. Al instante, el médico de la consulta siete, acudió despavorido. Nos ordenó retirarnos y entró en auxilio de su compañero. Instantes después cuatro médicos más. Los galenos se habían amotinado. Uno de ellos acudió al mostrador y habló por teléfono. El interior del despacho era un hervidero de batas blancas que no nos dejaban ver.

Minutos después un celador acudía, cual Fernando Alonso, por el pasillo acelerando la silla de ruedas de la que tiraba con entusiasmo. Entre todos acomodaron a mi doctor en ella y lo sacaron orgullosos por el rescate.

―Cólico nefrítico ―sentenció la avispadilla de las gafas fuccias, que después me enteré que era dermatóloga.

― Pueden sentarse ―ordenó el barbas― Todo está solucionado. El doctor está indispuesto.

Mientras volvíamos a nuestros sitios, un amable señor de corbata, tras reunirse con la administrativa en pettit comité, nos explicó que el doctor no podría atendernos y que por lo tanto nos iban a recolocar en el horario de tarde.

―...Disculpen las molestías... ―bla, bla, bla―, como han visto los médicos también se ponen enfermos ―bla, bla, bla― pero aquí estamos para servirles...

Y es que hay veces que los cuentos me persiguen.

4 comentarios:

  1. Jo pixhita, ¡qué ritmo llevas! te me vas a descuajeringar... menos mal que no eras tú el colicado, que igual te hacen ir a pata o pedir hora pal mes que viene... nada, nada, valor...

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  2. Jajajajaj lo dicho, "lo que no te pase a tí...", solo le pasa a tu médico jajajaja

    CArmen

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  3. Jajaja, y te quedaste en la consulta??? Yo me hubiera ido con cualquier excusa!! Cuñi.

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  4. JOSE GERARDO: Valor no falta, pero...

    CARMEN: o a las que me leen y dan la lata jajaja

    CUÑI: oh! y si me voy como me entero del follón???

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