martes, 18 de septiembre de 2012

«Necesito ayuda»


Acabo de despertar. Por el pequeño resplandor de luz que veo entre las lamas de la persiana deduzco que, como siempre, serán las siete o siete y media de la mañana. Siempre me despierto a esa hora, o al menos eso creo.

Pronto llegará la enfermera del nuevo turno. Si mis cálculos no me fallan hoy le toca a la guapa María. Es la única que demuestra un poco de simpatía. ¿Quizás ella pueda ayudarme?

¿Qué te pasa? Le pregunto. No me contesta. No es normal. Algo le ocurre. Lo sé porque cada vez que entra en mi habitación lo primero que hace es ponerse a mi lado, atusar un poco la almohada, mientras me cuenta alguna anécdota de sus hijos o de algo ocurrido durante su turno, y luego me acaricia la cabeza dándome ánimos con su suave gesto. Hoy, no ha hecho nada de eso. ¿Qué le ocurre? Se ha marchado sin dirigirme ni una sola palabra. Lo volveré a intentar dentro de un momento. Lo bueno de las rutinas es que estoy seguro de que volverá en unos minutos, tiene que: tomarme la temperatura, la tensión, cambiarme el suero, la sonda... En fin, una serie de tareas que la mantendrán a mi lado durante un buen rato. Es el que aprovechamos para hablar. Lo hacemos desde hace algo más de tres años, si la memoria no me falla, que a estas alturas ya no me fío ni de mi mismo. ¿Qué me pasó? Una estupidez. Pero la mía ha sido la última que he cometido. Había bebido mucho y no se me ocurrió otra cosa que coger la moto. No hay nada más que contar, lo demás te lo podrás imaginar. Llevo postrado en esta cama desde entonces. Mi cuerpo no responde a mis pensamientos. Necesito un suero para alimentarme, una sonda para mis necesidades, alguien que me limpie las babas que se me caen por la comisura de los labios... No puedo mover ni un solo músculo, salvo las pestañas. Y así me comunico. Un guiño es sí, y dos significan no. Ya no lo aguanto. Los amigos se han marchado poco a poco. Al principio venían todos los días, luego empezaron a turnarse y ahora, con suerte, viene alguno una vez por semana.

La que más sufre con todo esto es mi pobre madre. Toda las tardes viene y se sienta a mi lado. Me besa, me acaricia. Siempre llora. Cuando es capaz de articular palabra me cuenta las cosas de casa, después lee el periódico en voz alta. Supongo que para matar el tiempo y tener algo más que contarme. Yo, de costado y con mis ojos plantados entre sus tristes y amargas arrugas, también lloro. No puedo seguir siendo la causa de su dolor.

Esto no es vida. Aunque los de ahí fuera no me oigan, sé que puedo decidir por mi mismo. Quiero pedirle a María que me ayude a dormir para siempre. No deseo seguir siendo esta carga, Quiero morir dignamente.

3 comentarios:

  1. Cuánto realismo, qué difícil... Otro día nos cuentas lo que piensa la madre. Cuñi

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  2. Ñosssssss esto sí que es un cambio de registro....

    CArmen

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  3. CUÑI: Esa madre... Quizás algún día.

    CARMEN: pos si.

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