Me encuentro a más de veinte metros de mi casa. Ya tengo el llavero en las manos. Antes de llegar he elegido, de entre todas las piezas metálicas y con mucho cuidado y acierto, ese pequeño instrumento que me permitirá entrar a mis dominios, la llave. Según nos sirva para abrir uno u otro portal, tiene una forma, ranuras, tacto, colores…, diferentes. Pero común a todas ellas es que intenta servirnos para afirmar la intimidad y la seguridad de nuestro hogar.
La cojo con fuerza.
Con mucho tino la introduzco por el orificio, horadado al efecto, hasta no poder más. Con mi mano izquierda agarro el pomo. Tiro hacia mí, mientras la mano derecha hace girar, en dirección a las agujas del reloj, el instrumento que con tanta mesura, hace ya unos segundos, saqué de mi bolsillo.
Desde el interior de la pesada puerta noto como los bornes giran, una y dos, hasta permitirme empujarla hacia el interior.
Con este simple y automatizado ejercicio, logro liberar, en un primer momento, los aromas que de manera tan celosa guardo en el interior de mi hogar. En un segundo momento siento los ruidos, los recuerdos, las cosas, los besos… las obligaciones.
Estoy en casa.
Oye, ¿tú no tenías casa nueva? ¿ya la tienes así? desde luego, no acertaste con el encalado...jejeje.
ResponderEliminarMuy casero el texto..jejeje.
Nunca me había parado a pensarlo así.
ResponderEliminarCarmen
¿Y pa cuando las instrucciones pa cerrarla jejej?
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