De la
rutina insípida de su oficina, saltó a la soledad fría de su plaza
de garaje. Detrás oía las voces, las risas y las bromas que sus
compañeros le lanzaban como clavos ardiendo que le perforaban todo su
ser.
Penetrar en su coche significaba encontrar la puerta de salida a
su sufrimiento.
Rumbo
al hogar la música le daba un respiro. Le ayudaba a olvidar el día
vivido, a tener su mente ocupada para no escuchar sus propios
pensamientos, tenía voces que le hablaban y le indicaban como acabar
con todo aquello.
Llegar
a casa parecía, a priori, un refugio. Así debería de ser si no
estuviera ella, su madre. Le machacaba desde que tenía memoria. Día
tras día le devolvía los mismos golpes psicológicos que le daba el
resto de la gente. Se sentía impotente, incomprendido, raro.
Hoy
no lo soportó más. Pudo matarla, pudo suicidarse, pero decidió
marcharse.
Cruel como la vida misma, mejor decisión la tomada, pero difícil por no decir imposible la salida aunque cambie de entorno, ya que es internamente donde reside su verdadero problema. Cuñi.
ResponderEliminarProfundo, chocante, desafiante...inesperado.
ResponderEliminarCArmen
Un micro revalador en tu manera de escribir,Guillermo, me ha parecido duro,aplastante, agónico,decisivo... muyyyy bueno, me ha encantado, sin duda.
ResponderEliminarBesos de gofio
CUÑI: Quizás sea así. Ya veremos por dónde sale.
ResponderEliminarCARMEN: Ñooooosss!
GLORIA: Gracias.