―¡Mamá!,
¡necesito un frasco de cristal! ¡¿Mamá?! ―Parece que no hay
nadie en casa. Tengo prisa así que a ver qué hay en la despensa.
Este mismo. ¿Alcachofas? Bueno, no sé para que se usan las
alcachofas, pero me lo llevo. Llego tarde―. ¡Mamá! ¡Me voy!
―Grito. A lo mejor está en el cuarto de baño y no me escucha. De
todas formas no puedo esperar.
Soy
estudiante de medicina. Acabo de enterarme de que puedo hacerme con
un par de testículos que hace días le biopsiaron a un pobre hombre.
Como me he hecho amigo del patólogo que lleva el caso, me los ha
regalado. Todo de estraperlo, en teoría deberían destruirse. Por
eso tengo que llevar mi propio bote de cristal. Los que usa él,
están fechados, numerados y llevan un riguroso registro.
Siempre
me sorprende el cuerpo humano. El otro día, sin ir más lejos,
mientras rotaba por medicina de familia, un paciente, que iba por una
fuerte inflación en sus testículos, se negaba a enseñárselos a
la doctora porque decía que eran muy grandes. Ella le dijo que si no
los veía no podía recetarle nada, a lo que el hombre le respondió:
«Hombre doctora, no
me toque los cojones».
La médico, acostumbrada a combatir en estas lides no dudó en su
respuesta y, agarrándole la bragueta al sujeto le contestó: «Eso
también Don José. Eso también tengo que hacerlo».
Sin pensárselo mucho, y con los ojos de asombro del susodicho, y los
míos, le desabrochó el pantalón y en un santiamén lo dejo con sus
partes al aire. ¡Eran enormes!, sobre todo el derecho.
Aquello
dejó huella en mí y me hizo pensar. Ya no haré caso a mi padre
cuando me grite: «¡Deja de tocarte los huevos y....!» Si él
supiera lo importante que es explorárselos.
Desde
entonces creo que me decanto por la urología. De ahí que, cuando
tuve la oportunidad de tener otros testículos en mis manos, aparte
de los míos, no la desaproveché. Quiero verlos por dentro,
estudiarlos, aprender todo lo que pueda sobre ellos.
Regreso
a casa. No puedo andar con unos «huevos» por la calle bañaditos en
formol, tengo que guardarlos en un buen sitio. ¡La nevera vieja del
garaje! Pero tendré que limpiarla. ¡Mamá! ―vuelvo a llamarla a
gritos― ¡Dejo una cosa en la nevera mientras voy al garaje! ¡Mamá!
¡Después te explico!
Las
horas han pasado. Al final me he liado y no terminé de limpiar la
nevera. Que si el teléfono, ir a buscar a mi hermana, comprar el
pan, recoger la ropa de la azotea... Menos mal que una buena comida
lo arregla todo.
―La
paella sabe un poco rara ―comenta mi padre.
―No
sé ―dice mi madre mientras se sienta tras servirse su plato―
Será que a ti te gusta con más alcachofas y sólo quedaban dos en
la nevera. Es extraño, creía que había comprado un bote ayer.
¡Ups!
¿Cómo explico esto?
Lo de los estudiantes de medicina es mucho, hay que andarse con un cuidado proque si no...!! Cuñi
ResponderEliminarguacalacachunga!!!!!!!!!!!!!
ResponderEliminar¿Eso es lo que llaman una paella de cojones...? pues si que... nada, con pollo o de otra carne... que no está la cosa pa que te den huevos por liebre.
ResponderEliminarJajajajajaja ¡¡¡¡SOCORROOOOOOOOO!!!! ¡QUÉ ASCO! PERO MUY ORIGINAL.
ResponderEliminarCArmen
CUÑI: ¡Qué bien lo sabemos!
ResponderEliminarJ.: jajaja chuchiripiruchi.
JOSÉ GERARDO. ummmm ¿adivina que voy a comer el sábado?
CARMEN: jajaja lo sé, es que me dio el puntito.
Menú:
ResponderEliminar1º Bocadillo de fideos
2º Menestra de arroz al coj...
Zumo de cebolla
Yogurt de lentejas...
¿A que sí?