EXTRAÍDA DE SAN GOOGLE |
Su historia era peculiar: por un fallo administrativo, seguía en activo en el campo de batalla. Los oficiales habían solicitado su evacuación, pero no había manera. Él decía que no importaba, que no tenía a nadie, y que aquello de repartir cartas le daba motivos para seguir.
Ahí estaba, gritando el nombre del destinatario y haciendo algún comentario sagaz sobre la persona remitente:
—¡Soldado Mejías!, carta de mamá. Seguro que quiere que no saques ese cabezón de la trinchera.
Todos reíamos. Hasta el vilipendiado. Era parte del entretenimiento.
—¡Soldado Reims!, esta huele a tetas. ¡Auuuu!
—¡Cabo Hopkins! ¡La madre que me parió! Carta del minist... —Una bala enemiga acabó con su vida.
Lo dicho, de pronóstico, ¿cuántos somos los fundidos? mardito roedó...
ResponderEliminarUfffff, fundidos, lo que se dice fundidos, muchos... aunque algunos más que otros jajaja
EliminarQué trágico..., a vivir la vida que son dos días! Cuñi.
ResponderEliminarPues eso será lo que hagamos..
EliminarJooooooo, y seguro que era la primera carta que recibía. Sorprendente.
ResponderEliminarCArmen
Es probable.
EliminarEsta historia se parece con la del "trenzador de sueños" , sirven para ser mas humanos,humildes,...y entonces,...valoramos lo simple, lo pequeño,lo espontaneo.Quedó filosófico pero.....
ResponderEliminarSe te agradece.
Eliminar¡Que manía de meter en las cartas cosas raras!
ResponderEliminarEl ministerio quería jubilarlo y fué la única manera que encontró de hacerlo sin que le costara mucho dinero.
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