Una
clase de primaria es como un cajón lleno de sorpresas. Metes
la mano
y sacas a tres, niños y niñas, alumnos excelentes, diez buenos y
trabajadores, cuatro pasables, dos ruinillas, otros tres que están
en otra cosa, uno con Necesidades Educativas Especiales (NEE)
―autista― y a Martita.
Siempre hay una Martita.
Extraída de San Google |
Martita
es una niña ―o un niño, en
cuyo caso lo llamaría Miguelito― que si la miras al trasluz
parece normal, como los demás, o casi. Más de cerca la cosa cambia.
Nueve
de la mañana. Clase de lenguaje. Mientras el gran grupo desarrolla,
de manera individual y autónoma, un texto a partir de una imagen
entregada al azar; los dos runinillas están haciendo una ficha de la
letra s, el de NEE está picando unas imágenes que tiene que
ordenar... yo encuentro unos minutos para dedicarle a Martita y
trabajar algo de comprensión lectora.
―Marta
vamos a leer esta frase.
―«Antonio
bebe del porrón del Alfredo» ―Lee ella sin dificultad.
―¡Muy
bien, Marta!, ¡Muy bien! Ahora la primera pregunta.
―¿Quién
bebe del porrón de Antonio? ―¡Perfecto, buena dicción, fabulosa
entonación, velocidad adecuada...
La
miro. Espero su respuesta. Pasan cinco segundos. Diez.
―¿Marta?
Sus
párpados tiemblan. Sus ojos parecen entrar en estado de posesión
diabólica. Se quedan en blanco. Como su mente.
―Vuelve
a leer la pregunta.
Ella
lo hace.
―Marta, ¿Quién
bebe?
Ella
levanta los ojos. Me mira. Abre la boca y...
―¿Antonio?
―Ummm,
no ―le digo con tono cariñoso― Vuelve a leer la pregunta.
Ella
lo hace. Vuelve a entrar en estado de hipnosis. Abre lo ojos y dice:
―¿Alberto?
―No
Marta, ¿Quién es Alberto? En el texto aparece algún Alberto. La
pregunta es: ¿Quién bebe agua?
―Ummm
―Ella duda― Mi tío también bebe agua.
No
suelo comerme las uñas, pero ahora entiendo porqué la gente lo
hace. Ahora mismo mataría al que hizo este libro.
―Vale
Marta, pero eso ahora no importa. Vuelve a leer la pregunta.
Con
la misma perfección del principio la repite en voz alta. Le vuelvo a
insistir en la cuestión que nos ocupa. Ella me mira y muy convencida
me dice:
―Antonio.
Comienzo
a notar un temblique en mis piernas. Los ruinillas comienzan a
disparatarse. El NEE necesita que le eche una mano, los buenos están
haciendo cola para preguntarme unas dudas, los diez buenos empiezan a
subir el tono de voz, Marta me mira. Le insisto en que vuelva a leer
la pregunta. Vuelve a contestar.
―Un
porrón.
―No
Marta, no ―ya me tiembla todo el cuerpo― ¿Quién ―exagero el
interrogativo― bebe agua?
La
clase comienza a destartalarse. Como mi paciencia. Necesito atender a
los demás. Mis nervios están a punto de estallar. La niña vuelva a
abrir la boca.
―¿Puedo
beber agua? ―¡¡¡¡¡Noooo!!!!! Grito para mis adentros. Pero no
se me ha notado. Esta es mi escapatoria, y la de ella para que la
deje en paz, para reconducir al resto mientras respiro, me relajo y
cojo fuerzas para volver a intentarlo con ella― Yo también tengo
sed ―continúa diciendo―, como Alfredo.
Quedan
cinco preguntas por hacer. El día promete ser largo.
Tranqui Guille;te exasperas con mucha facilidad, y eso es signo de convertirte en profe cascarrabias;cuando te pase eso ¿por qué no recuerdas tus pequeñas aventurillas en el colegio de monjas?.Por cierto, tu clientela se mantiene impaciente, a la espera de que dediques el espacio para compartirlas con todos...pillín
ResponderEliminarHAY COSAS QUE IGUAL NO CONVIENEN SACAR A LA LUZ JAJAJAAJ
EliminarEse es el reto que más me gusta, intentarlo una, mil, diez mil... si no lo consigues no pasa nada, pero si se hace real, el flipe, la satisfacción y las ganas de más, son el mejor premio...
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
Eliminarme identifico, me identifico...
ResponderEliminarIgual es que todos tenemos algo parecido en clase.
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